Sònia

Sònia

diumenge, 26 de novembre del 2017

NO SIEMPRE TIENES QUE SER FUERTE


- Me he aguantado el lloro y nadie se ha enterado mamá.

- Llorar delante de los demás no es un signo de debilidad.

- Todo el mundo disimula cuando no está bien.

- Quizás deberíamos aprender a que fingir lo que sentimos es la peor forma de crecer.

Nos enseñan ser fuertes, a mostrarnos implacables. A esconder nuestras debilidades y disfrazar nuestras fisuras. A fingir nuestra entereza aunque estemos rotos por dentro. Nos entrenan para ser capaces de superar todos los baches, para ser de aquellos que siempre lo consiguen.

Nos instruyen para maquillar nuestras debilidades por miedo a mostrarnos vulnerables.  A embotellar nuestras emociones , a esconder lo que realmente somos, sentimos o necesitamos. A seguir las señales que otros marcan, a hacer cosas porque tocan. No nos dan permiso a expresar lo que nos quema por dentro.

Nadie nos enseña a tocar fondo, a mostrarnos frágiles, a admitir que necesitamos que nos cuiden. 

A ser honestos con lo que nos pasa, a aceptar que las cosas nos afectan, que nos rompen por dentro.

Ocultamos lo que sentimos para evitar mostrarnos derrotados. Nos escudamos en una falsa valentía sabiendo que las emociones tristes incomodan, que están fuera de moda. Sobrevivimos  a cada paso del vendaval sin plantearnos si realmente somos felices.

Sería mucho más sencillo si nos hubiesen explicado que las dificultades se convierten en magníficas oportunidades para crecer, para transformarnos por dentro. Que nuestros conflictos, insatisfacciones o derrotas curten el alma. Que tenemos el derecho a sentirnos extraviados, confusos o muertos de pánico.

Ojalá nos hubiesen enseñado a utilizar las mejores herramientas para sobreponernos a la adversidad sin escondernos, sin juzgarnos, sin sentirnos culpables. A tener miedo, a aprender de él sin silenciarlo entre las sábanas, a no disimular nuestro dolor con máscaras o excusas. A vivir sin necesitar la aprobación de los otros, priorizando lo que realmente necesitamos, sin dudar lo que merecemos.

Aprendiendo sin la necesidad de tenerlo todo controlado, estando dispuestos a retroceder las veces que hagan falta sin que nos tiemble el pulso. A admitir que a veces los cambios duelen, que no es fácil tomar decisiones. A no pedir perdón por dudar, por sentir temor, por fallar. A llorar acompañados, a pedir auxilio sin sonrojarnos. A no ser menos de lo que queremos, a reinventarnos las veces que hagan falta atacando a nuestros fantasmas cara a cara.

Hijo, tienes derecho a mostrar lo que sientes, a bailar el momento coreografiando tus pasos, a vivir amando lo impredecible  porque caer no te hace pequeño. 

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