Sònia

Sònia

dimecres, 23 de juliol del 2014

MAMÁ, ¿ME QUIERES?



-Mamá , ¿me quieres?

-¡Pues claro que te quiero ¡

-¿Cuánto me quieres?

-Mucho, muchísimo.

-¿Seguro?

-Segurísima, ya sabes, hasta infinito.

-¿Y si un día dejas de quererme? ¿Y si se te gasta todo el amor?

-Eso no pasará jamás, te lo prometo. A las madres eso nunca les puede pasar.

Xavier se va absorto en sus pensamientos sin estar del todo convencido.

¿Se pueden cuantificar las emociones? ¿Podríamos solucionar una compleja ecuación que determinase cuanto queremos a alguien o cuánto miedo sentimos? Indudablemente las emociones son incuantificables. No se cuentan, se sienten.

            Desde que me quedé embarazada me armé de cientos de manuales que me enseñasen a criar a mis hijos mejor. Los devoraba buscando la fórmula mágica que me explicase como alimentarles correctamente o como enseñarles a dormir. Con el paso de los años, me di cuenta que dichos manuales no  precisan las cosas más esenciales en la educación de los pequeños. El tiempo te demuestra que son ellos los que nos enseñan realmente a querer, besar, abrazar o sentir.

            Quiero a mis hijos por encima de todas las cosas, siento por ellos profunda devoción. Nunca pensé que se pudiese querer con tanta intensidad. Creo que a medida que se hacen mayores voy aprendiendo como les debo querer o lo que mejor les puedo ofrecer.

            He llegado al convencimiento que para mi quererles es enseñarles que la mejor manera de aprender es equivocarse, que los errores forman parte del acierto. Debo enseñarles a emprender, a que apuesten por sus sueños, a que piensen sin fronteras, a que creen su propia singularidad. Yo seré la red donde refugiarse, su fiel escudero.

            Siempre necesitamos un detonante para darnos cuenta de las cosas y mis hijos lo han sido en mi vida. Ellos provocan en mí la necesidad constante de volver a aprender a mirar y escuchar, de estar en continuo movimiento, de la importancia que tiene ser capaz de desinstalarnos.

            Para mi amarles es enseñarles a guardar el pesimismo para tiempos mejores, animarles a creer en los demás, a ser críticos con las injusticias, a disentir con todo aquello que no les ayude a sumar. Enseñarles a ser flexibles, ecuánimes, humildes, valientes y disciplinados. A que entiendan que no son el ombligo del universo, a encorajarles a poner pasión  en todo aquello que hagan. A no esperar que sucedan las cosas sino hacer fecundo cada momento.

            Amar es motivarles a ser arriesgados, a hablar sólo cuando tengan algo que decir, a ser agradecidos. Hacerles entender que crecer como persona consiste en ser cada vez más distinto a los demás.

            Quererles es enseñarles a trabajar su suerte, a que aprendan que a lo único que deben temer es a no vivir con la fuerza e intensidad que la vida se merece, a valorar las adversidades como las mejores oportunidades para demostrarnos que podemos conseguir todo aquello que nos propongamos.

            Recordarles diariamente que ser cada día más feliz sólo depende de uno mismo, que su actitud será la base de su felicidad.  Enseñarles a elegir, a pasar página cuando sea necesario, a emprender nuevas sendas sin saber que nos depararan.


            Xavier, cada vez que me preguntas si te quiero, mírame a los ojos y sabrás que mamá siempre te querrá. Ojalá sea capaz de ayudarte a aprender a vivir.

dimarts, 15 de juliol del 2014

VEREDICTO CULPABLE

Estoy convencida que si nos presentásemos delante de un juez del tribunal supremo y nos preguntase sobre nuestro quehacer como madres, la mayoría de nosotras nos declararíamos culpables. Seríamos tan masoquistas que incluso pediríamos la perpetua.
El sentimiento de culpa merodea casi a diario por nuestras mentes. La crianza de nuestros hijos es una de las tareas más intensas y gratificantes que existen. Así también es una labor de gran responsabilidad que muchas veces nos hace sentir que no estamos siendo tan buenas madres como nos gustaría ser, que no llegamos a dar la talla.
Somos nuestro peor enemigo. ¿Por qué somos tan autoexigentes? Incluso cuando cumplimos nuestros objetivos y responsabilidades seguimos pensando que podríamos haberlo hecho aún mejor. La presión más fuerte es aquella que nos exigimos a nosotras mismas. No llegar a la función del colegio porque estabas en una reunión de trabajo puede hundirnos en la miseria.
Somos tan severas que llegamos a sentirnos culpables por no saber coger a nuestro bebé la primera vez que nos lo ponen en brazos, por no entender su llanto, porque no engorda los gramos que pide el pediatra, por sus rabietas, porque odia la sandía, les cuestan las matemáticas o es alérgico al huevo.
Hagamos un sencillo experimento. Preguntémosles a nuestros hijos que piensan sobre nosotras, seguro que nos sorprenderían. Los hijos nos admiran por el sólo hecho de ser sus madres, son generosos, nos quieren incondicionalmente. A ellos les da igual que no sepamos cocinar sabrosas lentejas, no llevemos la manicura bien hecha, que perdamos los nervios en un determinado momento o que no sepamos cuidar del pez que encuentran flotando el tercer día de haberlo comprado porque no te has acordado de cambiarle el agua.
Sintámonos orgullosas de quererles como nunca antes lo habíamos hecho con nadie y no olvidemos que sólo nosotras sabemos darles el abrazo sanador que necesitan, la palabra mágica que les carga de autoestima o el beso que cura cada una de sus caídas.
La perfección no existe y menos en este arduo oficio. Su búsqueda sólo nos aportará estrés, frustración, irritabilidad y culpa. No dejemos que nos neutralice o domestique, no seamos masocas. Asumamos que a ser madre se aprende, instruyámonos de nuestros errores.
Llegó el momento de no sentirnos culpables por ir a trabajar, porque los abuelos les lleven al pediatra o por disfrutar de un aperitivo con las amigas. No nos inmolemos por desear tener tiempo para nosotras, por añorar un rato de silencio. Seamos justas con nosotras mismas. Dejemos de sentirnos responsables de la felicidad de los demás, de pensar que siempre tenemos que estar a la altura, de sentir que debemos satisfacer todas las demandas. Dejemos de estar desbordadas, atacadas, deprimidas o devoradas por la culpabilidad.
Disfrutemos con nuestros hijos de un dibujo hecho a cuatro manos, de compartir unas onzas de chocolate, de saltarnos algunas normas juntos, de buscar monstruos con la linterna debajo las sábanas, de leerle su cuento preferido una y otra vez o de las primeras confidencias que sólo a ti te quieren contar.
Creemos sistemas de apoyo, aprendamos a delegar o pedir ayuda, busquemos tiempo para nosotras, aprendamos a priorizar. Reconozcamos nuestras virtudes, pongamos atención en lo que hace de nosotras “la mejor mamá”, aprendamos a mirarnos con otros ojos, seamos responsables y no culpables.
Señor juez, con su venia, ¿sabe qué? ¡Me declaro INOCENTE! 

dimecres, 9 de juliol del 2014

LA MUERTE NO TIENE EXPLICACIÓN

La muerte es una parte ineludible de la vida pero, ¿cómo se le explica a un niño que jamás volverá a ver a su abuelo? ¿Cómo se le consuela dos años después que siguen llorando su muerte? ¿Cómo hacerles entender que una maldita enfermedad, llamada cáncer, les privará para siempre de sus abrazos, sus cuentos inventados o sus horas de pesca?

Mañana hará dos años que el yayo Paco no está. Mis hijos conocían la muerte sólo en las películas, los dibujos animados o las conservaciones entre adultos. Hace dos veranos les tocó muy de cerca. Sin duda, el momento en que les comunicamos la muerte de su abuelo fue uno de los más desgarradores de mi vida. Ver sufrir a un hijo te parte el alma.

Fue bien curiosa la forma  como reaccionaron ante tal cruel  noticia. Pol se sumergió en un profundo silencio sin dejar que lo abrazásemos. Xavier, en cambió, sacó toda su ira al instante, intentó pegarnos mientras nos culpaba de no haber buscado los mejores médicos para poder curarlo. Su rabia lo rompía por dentro. Si para nosotros era casi incomprensible que se hubiese ido en tan sólo veinte días, ¿cómo lo iban a entender ellos?

Desde el principio les dijimos la verdad, sin metáforas complicadas. No escondimos nuestras propias emociones y les ayudamos a expresar las suyas. Aquí papá fue muy, muy valiente. Lloramos juntos, elegimos la estrella que más brillaba para tenerle cada noche presente.  Intentamos mostrarnos  comprensibles con algunas conductas y nos esforzamos para que entendiesen todo lo que había pasado. Contestamos cada una de sus preguntas, nos vieron tristes, compartimos el duelo. Les mostramos seguridad y confianza en el futuro. Conseguimos que entendiesen que la muerte es universal e irreversible. Dejar fluir el dolor y los sentimientos amargos nunca es fácil.

Es bien curioso ya que con el paso del tiempo el yayo se hace cada día más presente. Después de meses convulsos fuimos perdiendo el miedo a hablar de él, a expresar todo lo que le echamos de menos. A recordar todo lo que nos gustaba de él y como se enfadaba cuando correteaban por su casa. Mis hijos lo nombran diariamente, hablan con su prima de todo aquello que el yayo les aportaba, lo extrañan en cada cumpleaños .Estoy convencida que cuando soplan la vela del pastel algún deseo está relacionado con lo mucho que lo echan de menos.

 Mañana será un día complicado pero seguro que pasado lo volveremos a ver todo de otro color. Estoy convencida que desde allí arriba nos echa cada día una mano. Recuerda que el 5 de octubre te esperamos en la alfombra roja.

Tus tres nietos, tu mujer, tus dos hijos y yo te echamos muchísimo de menos.

dissabte, 5 de juliol del 2014

FELIZ NOVENO CUMPLEAÑOS

Llegaste de forma inesperada, te esperábamos unas semanas más tarde. Te quisiste adelantar para que tus tietas no estuviesen de viaje y pudiesen acompañarme, tú sabias lo importante que era para mi. Tu llegada fue convulsa. Sólo tú y yo sabemos lo que pasó y lo mucho que nos ha costado olvidar. Ahora ya soy capaz de hablarlo, tenemos una conversación pendiente. Quizás por eso ,en ocasiones, no estuve a la altura. Nos costó sacudirnos el miedo y la incertidumbre, pero juntos lo conseguimos. Tu primera imagen jamás la olvidaré ,eras igual que tu padre. También recuerdo no poder sostenerte en brazos pero él nos ayudó. No me cansaba de mirarte. Desde aquel día vivimos protegidos por la misma estrella.

Hoy cumples 9 años, que razón tienen aquellos que dicen que el tiempo pasa volando. Hemos vivido buenos y malos momentos. Creo que eres una de las mejores personas que conozco. Tú ,junto a Xavier ,me habéis enseñado que las mejores cosas en la vida no se compran sino se experimentan. Ser mamá me hace enormemente feliz.

Sensible, entusiasta, tenaz, trabajador, algo cabezón. Sin miedo a probar, sencillo y extremadamente cariñoso. Cada día me recuerdas que la vida es más fácil  de lo que creemos. Admiro tu capacidad de expresarte sin inhibiciones, la facilidad con lo que dices “lo siento”. Tú me has enseñado a querer con todas las fuerzas, a explorar sin temor, a ser fiel a mi misma.

Gracias por creer que soy la mejor madre del mundo y entregarme tu amor que escondes detrás de esos preciosos ojos. Gracias por esas dosis diarias de sonrisas, abrazos y juegos. Gracias por tu amor incondicional, por los días de sol o de lluvia y también los de viento. Por ser junto a tu hermano el motor de mi vida. Gracias por enseñarme a ser más paciente, por ayudarme a disfrutar los días de forma más lenta, por creer que siempre cruzaré la meta en todas mis carreras. Gracias por mostrarte  crítico con algunos de mis comportamientos.

Déjame construir junto a ti el presente. Déjame protegerte. Prometo escucharte, comprenderte, felicitarte, encorajarte. Decirte a menudo lo mucho que te quiero, elogiar tus logros y ayudarte a superar los contratiempos.

Te pido que pongas el corazón en todo lo que hagas, en que te des cuenta que el mundo está lleno de cosas asombrosas. Te invito a disfrutar de cada instante del camino.
Sería un gran regalo que papá y yo fuésemos para ti un gran ejemplo. Tienes suerte de vivir junto a muchas personas que te quieren y respetan.

Prométeme dedicarme cada día un minuto de tu tiempo a soñar de la mano, a vivir el momento.


Feliz cumpleaños Pol.