Sònia

Sònia

diumenge, 4 de maig del 2014

MAMA, MAMI O MAMÁ




Mamá, mama o mami. Da igual, diga cómo se diga, tiene una musicalidad especial. Nunca olvidaré el día en el que mis pequeños pronunciaron “mama” por primera vez. Quién lo ha vivido, sabe de lo que hablo. O aquella primera vez que estiraron sus brazos hacia mí porque era la única que les podía consolar.

Yo soy quién soy gracias a la mía. Con sus virtudes y sus defectos, pero le debo todo. Madre no hay más que una y ella siempre ha estado justo en el lugar que más lo necesitaba. Desde que soy madre, la valoro aún más si cabe.

Una madre es comprensión porque sus palabras sosiegan, tranquilizan, porque sus besos y abrazos sanan.

Una madre es paciencia en grado extremo por su temple, por su perseverancia, por su serenidad, por su aguante. Una madre nunca baja los brazos.

Una madre es amor porque es cariñosa, afectuosa, protectora, tierna, comunicativa, paciente.

Una madre es responsabilidad porque cumple con todo lo que debe, por su competencia, por su planificación, sus dotes organizativas, por su capacidad de asumir riesgos, por su esfuerzo o sacrificio, por su liderazgo.

Supongo que muchos de esos adjetivos  me definen como madre pero  en ocasiones no lo siento así. Yo me siento realmente  madre porque en ocasiones pierdo los nervios, porque hay días que me gustaría fugarme a otro país, porque alguna vez he olvidado la cita en el pediatra. Soy mamá cuando sonrío a otra madre en el parque cuando el monstruo de su hijo ha pegado a mi tesoro y disimulo mis ganas de coger por el cuello al diablillo. 

Soy madre cuando me paso un largo tiempo en la cocina disimulando los garbanzos con brebajes para que no parezcan garbanzos, cuando les pongo más de una capa de ropa encima y les frío de calor, cuando memorizo los poemas de Navidad recitados hasta la saciedad.

Soy mami cuando me emociono al verles dedicarme un gol, cuando no puedo dejar de sonreír cada que veo el dibujo colgado en la nevera que me han regalado para mi cumpleaños o cuando se me eriza la piel cada vez que me susurran “te quiero mamá”.

Soy madre cuando recojo un vómito a las tres de la mañana, cuando no dejo de soplar porque se han rascado la rodilla, cuando busco un juguete por toda la ciudad para que sus Majestades queden geniales, cuando me convierto en un ciempiés haciendo 22 cosas a la vez o cuando madrugo para entrenar para no perderme nada de sus tardes.

Soy madre cuando preparo en la silla la ropa del día siguiente, cuando pongo la manualidad que traen del colegio en un lugar destacado del comedor aunque no entienda exactamente lo que es, cuando sólo quedan dos trozos de pizza y finjo no tener más hambre, cuando disimulo mi tristeza o mis ganas de llorar.

Soy madre cuando me levanto a media noche porque tienen sed, cuando no logro sacar de mi cabeza la canción de la serie infantil  de moda,  cuando paso la noche en vela controlando que no les suba la fiebre, cuando me muestro cómplice escuchando que les gusta una niña de la clase, cuando me ducho a la vez que pregunto las tablas de multiplicar.

Mis hijos me hacen feliz cuando me dicen que soy la mejor madre del mundo y luego preguntan si pueden jugar a la consola, cuando explican en el cole que las mujeres también corremos maratones, cuando recién levantada me dicen que les gusta mi peinado, cuando disimulan comiéndose el puré de verdura que sabe a diablos o cuando devoramos juntos historias de monstruos o caballeros.


Mis hijos me hacen mejor persona, me dan ganas y fuerzas para seguir adelante. Me obligan a desaprender cada día, me enseñan qué es lo realmente importante y me ayudan a priorizar.

 El amor de una madre es el combustible que le permite al ser humano hacer lo imposible.



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